Al aceptar gustoso la amable invitación de DIRCOMFIDENCIAL, me he planteado abordar un asunto que pone de manifiesto hasta qué punto los mundos de la comunicación y la radio van de la mano. Son realidades conexas. E inseparables. Pero también muy distantes. La paradoja forma parte de la propia esencia del medio.
La radio no comunica siempre. La radio, las más de las veces, se oye; no se escucha. Y, por tanto, no alcanza la efectividad perseguida de comunicar. La radio acompaña. Actúa como nuestra escolta, siempre detrás, siempre cerca, siempre apoyando. Hay quien incluso, nada más llegar a casa, y encender la luz, lo siguiente que hace es encender la radio, para no estar solo. Para sentirse arropado. En todo este proceso, no hay siempre comunicación. Pero sí apoyo.
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Ningún otro medio, ni la prensa, ni la televisión, ni el cine, cumple con esta finalidad -la de apoyar- con la eficacia con que lo consigue la radio. Podría decirse que la radio, además de informar, formar y entretener, por esta condición añadida, pero creo consustancial a la propia calidez que desprende, también cumple con una inapreciable labor social, no siempre valorada.
En este caso, comunicar pasa a segundo plano, desde el punto de vista del oyente; pero la radio debe aspirar a más. Su aspiración debe ser alcanzar la excelencia de sus mensajes y comunicar constantemente. Transformar oyentes en “escuchantes”, como ha rescatado del diccionario de la RAE la periodista de RNE Pepa Fernández; o sea, “prestando atención a lo que se oye”.  Y éste sí constituye un reto para el profesional que trabaja en radio ocho horas diarias, y habla ante el micrófono unos pocos minutos, si pertenece a informativos. La ratio de horas invertidas y de exposición en la antena es, en este caso, claramente deficitaria y desde luego muy poco rentable. Pero ¡hay que sacarle chispas…!
Un periodista que elige la radio para trabajar debe saber que la mayor parte de su tiempo se invertirá en acompañar al oyente. Pero en su prurito interior, no puede resignarse a cumplir sólo esta función, por muy loable que sea. La radio no está hecha para ser acompañante de fondo; sino para comunicar. La auténtica razón de ser de la radio está en relación directa con la función de comunicar; es decir, “convertir algo en común a todos, compartir información”.
Por desgracia, la rutina, la falta de recursos, la precariedad laboral, la falta de experiencia y de oficio, la ausencia de ideas y de creatividad están inoculando un virus en la radio española que no logra superar. Como afirmaba el profesor Ángel Faus, catedrático emérito de radio de la Universidad de Navarra, “hace 40 años, creamos una radio a la medida de la sociedad de la transición; fue un éxito enorme. Esa es la radio que se sigue haciendo hoy y es un error”. La radio del siglo XXI sigue viviendo de las rentas de la del siglo XX. No se renueva, porque, o bien no es capaz, ni sabe hacerlo; o bien no quiere hacerlo, porque las ganancias todavía le son favorables, y pensar sólo en el cambio aterroriza a la industria.
El mismo profesor Faus completaba su visión pesimista de la radio actual añadiendo que “la radio de hoy vive co­mo si el tiempo se hubiera detenido y todos fuéramos inmortales“. ¿Por qué nos gusta la radio a las generaciones que la seguimos escuchando? Porque hace décadas que escuchamos la misma cantinela, y casi las mismas voces. Las salidas de Luis del Olmo, de Iñaki Gabilondo o de José María García, por citar tres grandes nombres de la reciente historia de la radio española, dejaron huérfana a una o dos generaciones, las más cercanas a su propia edad. Manejaban los mismos códigos, visiones paralelas de la vida, coincidentes las más de las veces, e ideológicamente próximas. Para sus oyentes, estos tres grandes comunicadores (ellos sí comunicaban, aunque también acompañaban) formaban parte indivisible de su vida, de su familia sonora, y a ellos se referían por su nombre: “ha dicho Iñaki esta mañana en la radio…”.
Pero la sociedad ha cambiado, y la radio ha empezado a perder terreno, a perder reinos, como el de la inmediatez informativa, de la que tanto presumía, superada ahora por internet y los smartphones. La radio ha perdido también el trono de la inmediatez tecnológica, superada -también- por internet, y su extrema facilidad para emitir video y audio desde cualquier punto del mundo que disponga de cobertura 4G. ¿Qué conclusiones debemos sacar de esta nueva realidad que nos ha traído la red de redes? Que, si no puedes -ni podrás- vencer a tu enemigo, debes unirte a él.
La radio debe hacerse más aliada aún de internet. Pero sin diluirse en ella, como el azúcar. Siendo aceite y manteniendo su esencia y personalidad. Debe actuar con inteligencia y oportunidad apropiándose de aquellos elementos o caminos que le brinda la red que más se adapten a su lenguaje y objetivos. ¿Debe incorporar la imagen? Por supuesto que sí, pero sin dejarse cegar por ella. Resulta muy fácil sucumbir a los encantos de lo visual en el siglo XXI. Pero constituiría un enorme error propagar y extender la “radio en colores”. Los colores deben estar presentes en la fuerza de la palabra, en la capacidad de comunicación -¡otra vez la comunicación!- de sus profesionales.
Acaba de publicarse el estudio “Navegantes en la Red”, realizado por la Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación (AIMC) y en él la radio -en internet- no sale muy bien parada. Hay que llegar al puesto número dieciséis para encontrar la función “oír la radio a través de su web o App”, opción que practica, confiesa, el 29,9% de los internautas. Si hablamos de podcast, su uso, aunque creciente, está lejos de lo deseable, exactamente en el puesto vigésimo noveno. Aquí nos encontramos con la ocupación ‘descarga programa radio para oír después’, con un modesto seguimiento del 16%. Son datos frescos, y no son del todo buenos.
La radio se realimenta entre sus oyentes. Desde hace años el EGM, el polémico, pero imprescindible Estudio General de Medios, arroja las mismas cifras de oyentes de la radio en nuestro país, en torno a los 25 millones (24.485.000 oyentes en la última ola del EGM, 3ª,2016). Pero la renovación generacional de la audiencia de la radio no se está produciendo al ritmo de las últimas décadas. La irrupción de opciones online como Spotify ha alterado el acceso tradicional de los jóvenes al medio, a través de las emisoras musicales. Lo más fácil es atacar a Spotify. Lo más difícil, reconocer que la radio no es capaz de atraerles.
Y hay otro hecho, a mi entender, peligroso, en que la radio incurre de manera reiterada, y es en extender lo que se dice por la radio y no la radio en sí. Los Dircom de cada cadena tienen metido en la cabeza un único objetivo: hacer más visible su marca. Pero sus jefes no se dan cuenta de que la marca se va a hacer cada vez más pequeña, si no se defiende -entre todos- el medio. Y aquí reside una de las grandes carencias de la industria radiofónica española, su incapacidad manifiesta para acometer acciones conjuntas en defensa, genéricamente, de la radio.
Hay 15.230.000 españoles que no escuchan nunca la radio, o lo hacen esporádicamente.
¿Dónde están esos potenciales oyentes que no se acercan a la radio? Desde luego, yo los sitúo -y no creo que ejerza de gurú en este momento, es de sentido común- en internet, en las redes sociales. ¡Pero no se trata sólo de ‘pescar’ en este caladero virtual! También hay que ir al origen: a los colegios, institutos, universidades, en los que la radio, como herramienta docente resulta enormemente eficaz, en muchos sentidos. Hay esfuerzos dispersos, en algunas comunidades, en Cataluña o Canarias, por ejemplo, y en algunas provincias, como Salamanca. Pero no representan un objetivo común, pegado a la necesidad de introducir el hábito de escucha de la radio entre los más jóvenes.
Un radio sin oyentes no es nada. Y los oyentes, perdóneseme la contundencia del argumento, se están muriendo. Hay que pensar en el futuro, y no sólo rentabilizar el corto o medio plazo, por mucho que la gallina de los huevos de oro siga produciendo.
Hay quienes reducen el debate sobre el futuro de la radio a su aspecto puramente tecnológico, sin darse cuenta de que la radio hay que hacerla muy bien para que se escuche, y germine entre más audiencia. Los tentáculos de la radio se han multiplicado en el siglo XXI, y de ello debemos felicitarnos todos: radio online, radio DAB digital, radio por TDT, radio a la carta, podcaststreaming, son conceptos que no manejábamos hace unos pocos años y hoy nos resultan ya familiares. El debate no es por dónde escucho la radio; el debate es ¿por qué, o para qué, la escucho? ¡Qué más da el soporte! Si somos capaces de provocar el interés en un oyente, y de engancharle con nuestros argumentos, estoy convencido de que ya se ocupará él de estudiar sus alternativas y se decidirá por la que más fácil y menos costosa le resulte.
Y hay un dato que me gusta recordar para darnos cuenta de la labor que queda por hacer. El EGM mide oyentes de radio de lunes a viernes; o sea, oyentes habituales de radio, que confiesan que su hábito les lleva a escucharla en casa, en el coche, en el trabajo, incluso. No podemos olvidar que la radio es el único medio ‘multitarea’, que permite compatibilizar la escucha con cualesquiera otras actividades u ocupaciones. Pues bien, en la última ola de 2016, el universo medido por el Estudio General de Medios, elaborado trimestralmente, por la AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) se cifraba en 39.716.000 españoles, de los que 24.485.000 aseguran escuchar la radio semanalmente. Pero -y éste es el dato al que me refiero- hay 15.230.000 españoles que no escuchan nunca la radio, o lo hacen muy esporádicamente. ¿No es relevante esta cifra, que ha crecido en las últimas oleadas, por cierto? ¿No debería servir de revulsivo para potenciar alguna estrategia que trate de contrarrestar este resultado tan negativo? Pues bien, nunca se ha hecho. A la industria le vale con esos 24 millones, y prefiere ignorar a quienes reconocen ignorarles a ellos. Triste.
Al final de esta reflexión, regresamos al principio, al hilo conductor de este post, en el que reivindicaba la auténtica finalidad del medio: comunicar. Éste, y sólo éste, es el auténtico reto que debe movernos a actuar, firmes, convencidos de que éste, y sólo éste, es el camino por el que la radio recuperará sus fuerzas, su identidad y su eficacia.